lunes, 5 de noviembre de 2007

Parto de lágrima y esperanza.

Hijo, desgarro del latido hiriente,
tu carne de mi carne, en lejanía,
martiriza los surcos de mi mente,
me anega de mortal melancolía,
voz de la sangre ardiente,
triste canto de cisne en agonía.

Te asola, te enloquece
la fuerte tramontana
y tu blanca paloma desfallece
en la afásica torre sin campana,
mientras en mi anochece
tras el roto cristal de tu ventana.

Duelo de amor y muerte,
entraña maternal que te reclama,
cascada carmesí que mana inerte,
pulso vital que en río se derrama,
líquida cuna que en el mar se vierte,
sangre fogosa que tu ausencia inflama.

Mi cálida nostalgia se hace llanto;
la dura y fría escarcha de mis ojos
resbala hasta mis pechos, y amamanto
los míseros despojos
de tu pueril encanto,
y se sublima en mis carbones rojos.

Soy un grito animal de arteria rota,
matriz de la orfandad,
tu fontana esencial de la que brota
un cieno condenado a sequedad.
¿Te harás risueña espuma en la remota
playa de la verdad?

Parto de beso, lágrima y quejido,
parto de beatífica esperanza,
parto de tu mirar amanecido,
imagen, semejanza,
de un Dios enamorado y conmovido
que, por su noble alianza,
dará a tu rumbo idílico sentido

Emma Margarita Valdés

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